viernes, 28 de junio de 2013

MI MORRAL





Vik Muniz,  Edgar Allan Poe, Pantheon I 



Todo el mundo dice que escribir es dificilísimo, pero yo no. O sea: yo sí. O sea: yo sí soy de esos que dicen que escribir es dificilísimo, pero la pura verdad es que creo que escribir es facilísimo. Sólo digo que es difícil para que la gente crea que lo que yo hago no es simplemente ir poniendo palabras en una hoja de papel. Pero, si me pongo a pensarlo con detenimiento, eso es exactamente lo que hago: voy poniendo palabritas que me van llegando a la cabeza, después les pongo comas y todas esas cosas para que se vea que todo está fríamente calculado…y ya. Ya está.

Por ejemplo, hoy me encontré con una muchacha muy linda que no veía hace años, yo iba tranquilo por la calle, con mi morral roto y mis audífonos que disparaban la música de los Rolling. La muchacha me paró en la mitad de la calle y me dijo: “Hola, ¿te acuerdas de mí?”. Y yo claro que me acordaba de ella, tenía unos dientes lindísimos y el pelito más amarillo de todos los pelitos del mundo. Me dijo que había leído mi libro y que le había parecido lo más hermoso y lo más profundo que había leído en su vida. A mí me dio mucha lástima porque yo no quería que la gente creyera que mi libro era “profundo”, siempre me ha parecido desagradable la palabra “profundo”. Pero igual le seguí la corriente y le pregunté que qué más de su vida. Me dijo que ella quería ser escritora y todas esas cosas, pero que todo el mundo le decía que eso era dificilísimo. Yo le dije que estuviera tranquila, que la gente sí decía eso pero que era pura mentira…

“Mira –le dije- coge este papel y este lápiz –saqué un papel y un lápiz que yo siempre cargo en mi morral roto-  y escribe algo, lo que quieras, sobre lo primero que se te venga a la cabeza”. Ella me miró como si yo estuviera loco, pero creo que le pareció muy chévere el ejercicio porque me hizo caso de inmediato. Se tomó la cosa muy en serio, pero se estaba demorando mucho en escribir las primeras líneas. “Escribe lo que sea – le dije- lo que quieras, lo que te pasó en los últimos minutos de tu vida”… entonces se puso a escribir y me entregó un papel que decía lo siguiente: “Me pusieron a escribir lo primero que se me pasara por la mente entonces escribí esto”. A mí me pareció muy bonito lo que escribió. “El resto es cuestión de maña- le dije- esto puede ser un hermosísimo poema, mira:” cogí el lápiz y el papel y escribí así:

Me pusieron a escribir
lo primero que se me pasara
por la mente…
y, como nada se me pasa por la mente,
escribí que me pusieron a escribir 
lo primero que se me pasara
por la mente…
” 


“Sí ves- le dije- a mí me parece que eres una auténtica escritora”. La verdad es que  le dije lo que yo realmente creía. Le dije que no se preocupara, que escribir era de las cosas más fáciles que había creado Dios (si es que Dios creó el escribir. No sé).    

sábado, 22 de junio de 2013

PERIÓDICOS


Takashi Murakami,
My arms and legs rot off and though my blood rushes forth,
the tranquility of my heart shall be prized above all. 

Habían estado pintando las paredes de mi casa y todo el piso seguía cubierto de periódicos. Apenas entré, me llené de una rabia casi incontrolable. No aguantaba más. Quería volver a la tranquilidad de mi hogar; a esa casa donde se podía caminar dignamente.

Como la rabia trae memorias aleatorias, en ese momento recordé que un amigo de la universidad decía que ver periódicos regados por el piso creaba un ambiente poético. Decía que las cosas más simples de la vida podían estar cargadas de una fuerza artística insuperable. Pero, para hablar con toda la sinceridad del mundo, yo no le veía nada de poético a eso. Yo sólo veía un montón de reguero tirado por el piso.

Ese día, cuando empecé a caminar por todo el reguero, descubrí que uno de los periódicos tenía una foto gigantesca de Julio Sanchez Cristo, ese periodista tan desagradable que hizo que mi amor por la radio se desvaneciera en las nubes. Miré a mi alrededor -cerciorándome de que no hubiera nadie como testigo- y empecé a caminar tranquilamente por encima de la cara de Julio (o Julito, como le dicen los que les gusta su horrible emisora). Poco a poco le fui pisando la cara con más y más fuerza hasta dejarle la calva repleta de barro, porque mis botas Caterpillar siempre están  llenas de barro. Me pasé como media hora pisándole la calvicie al reconocidísimo periodista.

Cuando me percaté de que llevaba más de treinta minutos haciendo eso, me dije a mí mismo: “Debo estar como loco o algo…porque esto no es normal”. Pero seguí pisando el periódico como si no tuviera nada más para hacer en todo el día. Entonces, de repente, descubrí que mi amigo tenía toda la razón. Como si fuera una epifanía, descubrí que sí era bastante poético tener un montón de periódicos regados por el piso. Pero lo más importante es que descubrí que uno nunca puede subestimar las cosas que están por ahí regadas e ir diciendo (como si uno se las supiera todas): “Yo no le veo nada de poético a eso”, y todo ese tipo de bobadas que uno dice cuando está de mal humor.

jueves, 13 de junio de 2013

TRANSACCIÓN


Vincent Van Gogh, Hombre viejo en el dolor. 


Llegué, por fin, a la fila del banco -¡Oh, banco!, eres mi peor enemigo; el más repugnante de todos mis enemigos- y me acerqué donde la señorita. Le dije que cómo era posible que uno tuviera que hacer una transacción sabiendo que la palabra “transacción” era tan ambigua. Le dije que la realidad misma era un problema del lenguaje: “Sí, “transacción”, una palabra dificilísima; una palabra que involucra los problemas más agudos de la metafísica”.
Al final, como era de esperarse, no pude hacer la tal transacción.

Llegué a mi casa y le conté a mi hermano lo mal que se habían portado en el banco: “…entiende, brother, no hay derecho, no hay derecho”. Mi hermano me contestó que no poder hacer “vueltas” en el banco es uno de los grandes problemas de la gente como yo: “esos bichos raros que se pasan la vida sumergidos en los libros, como si la vida tuviera algo que ver con la filosofía de Nietzsche o con los sonetos de Shakespeare”… Y sí, era cierto. Muy cierto. Mi brother tenía toda la razón: la vida no tenía nada que ver con esos personajes que dedicaban su vida a escribir sobre la vida. Era cierto: Nietzsche no sabía nada de filas en los bancos ni de la palabra “transacción”. Nietzsche sabía de otras cosas; de cosas como el problema de la existencia de Dios; de cosas de otro tipo. Es decir: de cosas que no sirven para nada.

Me tiré en la cama y me puse a pensar en todo eso. Recordé que hace siete u ocho años yo era un muchachito tratando de ser un poco rebelde. No muy rebele, pero sí un poco. Puede ver esa imagen con claridad: yo, con un aire estúpidamente retador, diciéndole a todo el mundo que a mí no me gustaba el dinero, que yo me iba a dedicar al mundo de las letras; “al país de las letras”. Hoy, pensándolo mejor, prefiero saber hacer una transacción en el banco. O, por lo menos, saber el significado de la palabra “transacción”…¡Ay!, Dios mío, qué importante que es saber hacer transacciones… ¿Por qué no le hice caso a mi padre cuando me dijo que la filosofía no servía para nada?, ¿por qué no estudié administración de empresas?: esa honorable carrera universitaria que le enseña a los muchachos el valor real del dinero; el valor real de palabras tan fundamentales como “transacción”.  

Me levanté de la cama y llamé a mi padre: “Hola, papá. He tomado una decisión. No más literatura; no más filosofías baratas. Quiero montar un negocito…necesito que me prestes una platica para montar un barcito  Jazz-librería en Santa Marta. O donde sea, no importa, con tal de que sea al lado del mar… aló, ¿aló?…¿pá?...¿aló?… Ajjj…se cortó esta vaina”. 


   

miércoles, 5 de junio de 2013

EN UNA BANCA




Jean Michel Basquiat, Dustheads. 

Conocí a Dror en una banca. En una de esas bancas viejas que adornan las calles de Tel Aviv. El hombre no estaba ahí sentado para descansar ni nada de esas cosas que hacemos cuando nos sentamos en una banca; el hombre habitaba la banca: vivía en ella. Dror tenía la barba larga y se cubría con un montón de trapos indescifrables. Nadie entendía qué eran esas cosas que usaba como ropa. Era un tipo bueno. O mejor dicho: era un gran tipo.

Yo lo visitaba en su banca casi todos los días. Le llevaba un pedazo de pan o un falafel barato que vendían en esa misma esquina de la calle Ben-Yeuda. Él me recibía con cara quejumbrosa y empezábamos a conversar en hebreo. Cuando Dror empezaba a sumergirse en los temas –como casi siempre lo hacía- cambiaba de idioma porque sabía que mi hebreo no era suficientemente bueno para mantener una charla con una persona tan sabia. Me hablaba en un ingles perfecto con acento británico. Recuerdo que un día le pregunté: “Amigo, ¿por qué hablas con ese acento como si tuvieras un doctorado en Oxford?” . Y él me respondió: “Porque los americanos no saben hablar el ingles. Ten cuidado: los americanos escriben buenos guiones para el cine, pero no saben hablar la lengua inglesa. Ésta lengua, en la que estamos hablando ahora mismo, está diseñada fonéticamente para gente elegante, no para borrachos como tú y yo”…

Dror citaba de memoria a los poetas latinoamericanos; citaba astrólogos, historiadores, filósofos…de todo…citaba y citaba. Pero sólo se sentía cómodo cuando hablaba de mujeres. Hablaba de una tal Sapir que le había destruido su vida para siempre…y cuando llegábamos al tema de Sapir, ya nadie lo callaba. Siempre decía: “Mira, niño, las mujeres son la peor desgracia que tiene la vida. Tú, que estás joven, deberías volverte marica”…y cosas así… pasábamos horas enteras hablando mal de las mujeres.

Eran buenos tiempos. Mi amigo Dror me enseñó muchas cosas. Me enseñó, por ejemplo, una de las cosas más ciertas y más misteriosas que he aprendido en la vida: un día cualquiera, mientras charlábamos sobre Sapir,  vimos pasar a un Sudaní que andaba en bicicleta por la calle Ben-Yeuda. Dror se quedó mirándolo con los ojos llorosos y me dijo: “Mira, niño, los judíos no hemos aprendido nada en esta vida. Todos los años conmemoramos el día del holocausto, el día de la destrucción del templo, la inquisición española… y seguimos siendo el pueblo más racista del mundo. Nos sentimos “los elegidos” y no nos damos cuenta de que estamos pecando. Estamos cometiendo el pecado más grave de todos: el del irrespeto a lo que es diferente a nosotros mismos. Odiamos a los árabes, a los inmigrantes africanos, a los goyim en general. Entiendes, niño, entiendes…Un alemán no conmemora el día del holocausto, pero no tiene problema en  votar por un homosexual para la alcaldía de Berlín. Entiendes, niño...Qué falta de pluralismo el que hay en nuestro país; en nuestro pueblo…¿cuándo será que nos vamos a sentir como seres humanos; como hombres comunes y corrientes?”  

La última vez que visité a Dror le llevé una copia impresa de mi libro.  Estaba lloviendo muchísimo, parecía una tormenta de desierto en plena ciudad. Le dije: “Amigo, ayer terminé de escribir mi libro de poesías. Éste es el manuscrito original, te lo regalo”. Me dio un beso en la frente y me dio las gracias. Antes de irme –mi vuelo a Nueva York salía en unas horas– le dije: “Dror, amigo, estás muy mojado…¿por qué no te paras de esa banca?”. Dror puso su cara quejumbrosa y empezó a hablar en su impecable ingles: “Sí, es muy interesante. Estoy muy mojado porque el comportamiento natural del agua es mojar. Es muy hermoso: la naturaleza misma del agua la obliga a mojar”. 



Agarré un taxi que me llevó a la estación del tren. El tren me llevó al aeropuerto Ben Gunrion. El aeropuerto Ben Gurion me llevó al avión. El avión me llevó a Nueva York. Nueva York me llevó a una banca donde vivía un tipo llamado Joel. Era un tipo bueno. O mejor dicho: era un gran tipo.