martes, 30 de marzo de 2021

JULIANA

 

Robert Nava, The forklift and the determination, 2020. 





Todo mal: he estado toda la semana, o dos semanas, o tres, no sé, tratando de escribir un cuento sobre Juliana.

Todo mal: semana rima con Juliana, por ejemplo, entonces es muy poco elegante empezar a escribir que llevo una semana, o dos, o tres, escribiendo un cuento sobre Juliana. Esa rimita tan tonta.

Además, claro, esa herramienta barata de no saber qué escribir entonces escribir sobre no saber qué escribir. Es muy horrible todo eso, muy noventero, muy Bolaño y todo eso, muy la parte en la que Milan Kundera se siente todo un loquillo porque se queda sin ideas entonces dice que se quedó sin ideas para escribir lo que está escribiendo entonces no se quedó sin ideas porque escribir sobre no poder escribir es una idea. Todos mis estudiantes del taller de literatura hacen lo mismo: “El ejercicio es escribir tal y tal”, digo yo, y todos se ponen a escribir lo mismo: “El ejercicio era hacer tal y tal, pero como no se me ocurre nada voy a escribir que no puedo escribir tal y tal porque tal y tal”.

Todo mal.

Es que pienso en Juliana y pienso en una bomba atómica, guerra mundial, derrame cerebral, torbellino de músculo y fuego, techos de arena, lluvia de papitas fritas con Coca Cola: ella dice que su nombre es julianatómica y que quiere poner un consultorio de terapia psicológica en la Sierra Nevada de Santa Marta.

 Es todo tan sexi en Juliana.

Todo tan no cuento, tan más bien poema o dibujo.

Pienso en Juliana y pienso en cocaína y en alucinaciones de wisqui adentro de mis gafas, pienso en que tiene un novio al que le decimos uñas-limpias-dientes-perfectos y en que le recomendó un libro y después ella me lo recomendó a mí y a mí me dio muchísima rabia que el tal dientes-perfectos tenga buen gusto para los libros.

 “Yo soy el de los libros, Julianatómica”.

 “Estás celoso, loquito, qué sexi”.

 “Es como que yo me empezara a limpiar las uñas como dientes-perfectos. No. Él es el de las uñas y los dientes, yo soy el de los libros”.

 “Estás celoso, loquito, qué sexi, ¿qué tan demente crees que estás por mí?”.

Todo es tan sexi en Juliana, tan quiero-romperme-en-ti, que por eso no sé por dónde empezar a contar: ¿por su acento a Cartagena, bum bum bum?, ¿por su “tiene un perro más grande que ella y le habla como si fuera un ser humano”?

 No sé, no sé.

Sólo me salen poemas y dibujos sobre Juliana, cosas lloviendo, músicas cursis que a veces ponemos para reírnos pero que en verdad nos gustan: Chayanne, Britney Spears y esas cosas que nos encantan pero que dan vergüenza.

Sólo salen poemas, avispas, moscas, bolas de cristal, piedras azules, pero yo quiero un cuento, y no sale y no sale el cuento.

Yo quiero narrar, contar algo. Rulfo les decía a sus alumnos del taller: “¡No canten, cuenten!”. Qué bien que es Rulfo.

Ya llené dos libretas con poemas y dibujos sobre Juliana, ahora quiero un puto cuento, por qué a veces no salen cuentos.

 ¿Qué puedo contar?, ¿cuento cómo nos conocimos?, ¿cuento los secretos de chicle que nos decimos en la cámara del teléfono?

Esas cosas son poemas, no cuentos.

Hoy le escribí que estaba escribiendo un cuento sobre ella, que llevaba semanas en eso y que la palabra “semana” rima con “Juliana” entonces que la única forma de empezar (“He estado toda la semana tratando de escribir un cuento sobre Juliana”) quedaba descartada por la rimita cacorra.

 “uuuu… Un cuento sobre mí”.

“¿Cómo quieres que se llame el cuento?”.

“Quiero que se llame “Juliana” y que sólo hable de mí, que no haya más personajes ni más cosas alrededor”.

“Bueno, mi amor, se va a llamar Juliana y sólo va a hablar de ti, aunque creo que voy a hablar un poquito de uñas-limpias-dientes-perfectos, pero sólo poquitiquitico. Y me gustaría hablar un poco, sólo muy poco, dos oraciones, sobre tu amigo viejito”.

“Bueno. Pero que si la gente después me quiere buscar que no vayan a creer que soy otra Juliana. En este país todo el mundo se llama Juliana. Yo quiero que me estoqueen a mí”.

Un cuento sólo sobre Juliana, sin nada alrededor.

 No hay árboles, no hay olores, no hay frutas, no hay situación, sólo hay ella.

 No pasan cosas, sólo pasa ella: tiene los labios perfectos y a veces se rapa la parte izquierda del pelo. Habla riéndose. Escucha, muy concentrada, todos los sonidos que le van llegando al cerebro y al pecho. Sólo usa un par de zapatos y los cambia cada mil años que se le rompen. Ayer aprendió a cocinar mote de queso y me dice que yo le tengo que cocinar algún plato judío si quiero probar su mote. Se puede quedar horas mirando la pantalla del computador: lee libros en PDF, estudia, lee cosas raras sobre ratas de laboratorio, ve series en páginas piratas, lee la historia del feminismo desde Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft hasta Butler y Rebecca Solnit, se queda horas tratando de sanar las heridas del corazón con los cuentos animados de los hermanos Grimm, horas y horas leyendo cosas rarísimas y viendo muñequitos, y casi todo le parece divino. Ese es su adjetivo preferido: esa serie es divina; ay, divino el libro que me recomendaste (yo soy el de los libros); hoy comí carne argentina, divina; eres divino, Josef.

 No, tú eres divina, Juliana. 

Juliana sabe que todos los artistas odian a todos los artistas y le gusta la guerra de artistas, le da risa. Juliana sabe que hay gente que juega ajedrez sólo para decir que juega ajedrez. Juliana sólo habla de amor cuando está borracha porque no quiere parecer cursi ni intensa. Cuando le dan ganas de amor se pone a tomar vino o Costeñitas para poder hablar del amor. Le parecen sexis los hombres que comen como bestias. Puede estar sola, encerrada en su cuarto, durante días y días, sólo necesita un computador para leer cosas en PDF. Me dice que le dan ganas de oler mi cara y de meter sus dedos adentro de mi pelo. Cuando tiene ganitas de hablar, me pregunta si estoy haciendo cosas de adultos (reuniones, corrigiendo exámenes, haciendo mi investigación doctoral) para ver si me puede llamar a decirme que opine sobre alguno de los dos mil temas raros que leyó en internet. A Juliana, que tiene el cuerpo chiquito y el corazón pesado, le gustan las cosas punkeras, la gente con cara de drogadicta, de carcelaria, las calles llenas de grietas, las flores y los poemas rudos. No le gusta la gente que dice que es surfista, está enamorada de Freud, está enamorada de todas las personas inteligentes del mundo. Ama los cerebros grandes, los chuparía todos, los lamería hasta quitarles la última gota de ácido y sal. Cuando quiere coquetear manda memes, le gustan las películas malas y las películas buenas. Dice que no ve películas, pero se la pasa todo el día viendo películas. Le aburren muchísimo los hombres que le cantan “Juliana, qué mala eres, qué mala eres, Juliana”, le parece lo más tonto del mundo. Sueña despierta: se imagina que un día van a descubrir que todo era mentira, que su personaje ya no se puede sostener más, pero sabe, porque lo ha leído en tanta psicología que se la pasa leyendo, que todo es un sueño despierto y que qué personaje ni qué nada, que ella anda por ahí, como todos, tratando de sobrevivir, de no enloquecerse y de conseguir un trabajo para comprarse cualquier cachivache que vea por ahí. Le da miedo ser pobre, le da miedo ser millonaria, aunque cuando está de fiesta acepta que sería divino tener millones de dólares. Sueña con una casa en la montaña, llena de sonidos de espuma y de papeles para hacer origami o para dibujar los sueños que se sueñan en las noches de la casa de la montaña. Le da miedo que el proletariado se dé cuenta de que es una burguesita tirándoselas de punk, le da miedo que la burguesía se dé cuenta de que es una punkerita tirándoselas de burguesa. Entrena su cuerpo (sus nalgas, sus piernas, sus hombros, su abdomen) con pesas improvisadas: botellas de agua, tarros de pintura. Cuando se siente gorda no sale de la casa y se pone a ver videos de los Hermanos Grimm, hasta que vuelve a su entrenamiento con tarros y galones y vuelve a salir y se emborracha y llama a sus amores a decirles que por qué necesita estar borracha para llamar a sus amores. Ama el pan. Puede estar en la mitad de una conversación sobre el tema más importante de la vida y dejar todo tirado para ir a comprar pan. “No hay pan en mi casa, nojoda, me tengo que ir”.  Tiene un amigo viejito que sólo habla con ella. Ella es el mundo del viejito y el viejito es sólo una parte del mundo de ella, porque el mundo de ella es gigante. Es del tamaño de la gravedad y del tiempo. Le gusta que las cosas sean imperfectas. Le excitan las manos de los hombres y saber que está en la cabeza de los hombres que la andan pensando. Hay una lucha adentro de ella, a vida o muerte, entre la superstición (la magia, la mística) y la estadística. Le gusta la montaña y caminar al lado de los perros. Ama la montaña, ama el mar, ama la vida porque le duele la vida. Camina mirando a ver si encuentra la cara de un loco que ande por ahí, tratando de sobrevivir como todo el mundo. Eso le da fuerza, ver que los otros también viven con la misma guerra que ella. Ella sabe que es hermosa, y eso le llena el cuerpo de todo el poder del mundo. Me dice que cuando nos veamos en la vida real me va a llenar de besos y me va a dar la mano y me va a llevar por todas las calles de Cartagena.

“Y si no te gusta mi olor, Julianatómica, o si parecía más lindo en la cámara del teléfono y te da asco darme besos”.  

“¿Tú no sientes, o qué, marica? Yo hace meses que sé a lo que hueles. Es divino”.