viernes, 13 de septiembre de 2013

IMITADOR

Fotografía de Héctor García, Entre el progreso y el desarrollo.




Es muy fácil hacer las cosas. Todo es cuestión de inventárselas.

Yo, por ejemplo, me levanté un día y dije: “me voy a inventar que soy escritor”. Y al año ya tenía un libro publicado y un montón de amigos poetas y un estilito de vida todo de escritor. Yo pasaba por la calle y la gente decía: "Uy, uy, ahí va un escritor”. Y me pasaban todas esas cosas raras que le pasan a los escritores. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba dando entrevistas sobre mi escritura revolucionaria que mezclaba la
prosa y el
verso
sin avisarle
al lector.

La verdad es que la vida empezó a adquirir un tono un poco más enloquecido del que  yo realmente quería. Entonces paré mi bohemia inventada (¡Hola, soy un escritor!). Me conseguí una novia, me puse a trabajar y volví a  la Universidad. Así nomás: me convertí en un hombre de bien (de nuevo en la casa de mis padres, sopita caliente, trabajo, estudio, amor, dormirse temprano, ver algo de televisión, leer poco (porque hay que estudiar) y así. Delicioso). Es que es muy fácil hacer las cosas. Todo es cuestión de inventárselas.

El problema con todo eso es que de repente uno abre los ojos y se dice a uno mismo: ¿Qué hago aquí?, ¿Por qué estoy en un salón estudiando la teoría estética de Walter Benjamin?, ¿Por qué tengo una novia?, ¿Por qué estoy desperdiciando mi vida viendo programas de televisión? Y uno pude calmar esa preguntadera con algo de ejercicio o con un poco de goticas de valeriana, pero, cuando todo parece volver a la normalidad, aparecen de nuevo:

- ¿Por qué estoy aquí?
- ¿Por qué estoy aquí?

- La vida no pude seguir siendo este bulto de papas. ¿Cómo llegué a esta situació…
- La vida no pude seguir siendo este bulto de papas. ¿Cómo llegué a esta situació…

-…
-…

-¿Me estás imitando?
-¿Me estás imitando?

-…
-…

- No es bonito que lo imiten a uno. Uno siente como que no puede seguir hablando porque en cualquier momento siente como que la voz del otro ya se viene encima. No es fácil  explicar ese horrible senti…
- No es bonito que lo imiten a uno. Uno siente como que no puede seguir hablando porque en cualquier momento siente como que la voz del otro ya se  viene encima. No es fácil  explicar ese horrible senti….

-Puta vida. ¿Quién eres? ¿Por qué me imitas?
- (…) vida. ¿Quién eres? ¿Por qué me imitas?
-  ¿No puedes decir  la palabra “puta”?
-  ¿No puedes decir la palabra “(…)”?.
-Ah, qué bien. Entonces no me puedes imitar.
-…
-…

-Es cierto. Ya no puedo imitarte. Disculpa. Todo parecía tan divertido.

-¿Quién eres? ¿Por qué no puedes decir la palabra “puta”? ¿Eres marica, o qué? Es sólo una palabra: "puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta".

- Está bien. Tienes razón.

- Intentémoslo juntos.

- Va.

- uno…

- dos…

-yyyyyyyyy…

-tres…
- - puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta, puta…


- Qué lindo, ya te puedo imitar de nuevo.
- Qué lindo, ya te puedo imitar de nuevo.
- No. Te adelantaste. No me imites. Yo soy el imitador.
- No. Te adelantaste. No me imites. Yo soy el imitador.
- Puta vida. Me estas dando de mi propia medicina. “Los pájaros tirándole a las escopetas”.
- (…) vida. Me estas dando de mi propia medicina. “Los pájaros tirándole a las escopetas”.


jueves, 8 de agosto de 2013

CRISIS

Francisco Collantes , San Onofre



Para el patico lindo.


Este cuento habla de muchas cosas. Pero, para desencanto de los lectores (que serán unos pocos haraganes), las cosas que se cuentan a continuación no se explican con rigurosidad, es decir: no se entienden como a mí me gustaría que se entendieran. Para no seguir dando rodeos, lo pondré en las siguientes palabras: este cuentito está construido bajo una prosa cargada de un ritmo absurdo; un ritmo que sólo le suena bien a una persona: a mí mismo.

Me daba risa. Llegaba la gente y me preguntaba: “¿A ese man amigo suyo se le moja la canoa, o qué?”
Y yo me empezaba a imaginar una canoa flotando en la mitad de un mar infinito (aunque no tendría sentido hablar de mitad cuando se habla de infinito). Y adentro de la canoa un viejito tomando vodka mientras  meditaba con el sonido del humo que le iba saliendo de sus chancletas rotas; esas chancletas magulladas de tanta poesía y tanto fracaso convertido en líquido de sal.

Me daba risa. Salía a caminar por la calles y la gente hablando de economía y de políticas públicas.
Y yo buscando un arbolito para poder tirarme a fumar un cigarrillo mientras miraba cómo se le movían los labios a esa gente rara que entendía las noticias del periódico: “SE AHONDA CRISIS POR PARO EN REFINERÍA DE CARTAGENA” … me imaginaba a mí mismo llegando muy cortésmente donde esas gentes serias y preguntándoles: “disculpen, señores, ¿hay que trabajar en una oficina para entender qué es una refinería?, ¿por qué ese verbo “ahondar” seguido del sustantivo “crisis”?”

Hasta que un día dije: “mierda, no más”. Y llamé a mi hermano menor y le propuse que nos fuéramos a andar por la carretera durante varios meses. Mi hermanito me dijo que hágale; que de una. Y salimos de una. Escapados de “¿a ese man amigo suyo se le moja la canoa, o qué?”  y de “se ahonda crisis por paro en refinería”… y a caminar como Dios manda. A darle. A trajinar por los andenes del mundo. A dormir tirados en las carreteras de este universo loco. A buscar papelito y lápiz para ir escribiendo las memorias de dos hijueputicas creyéndose lo más soyado sobre la faz del planeta tierra. Andábamos así, todos loquiados, robándonos puertas de madera para triturarlas y armar fogatas en la mitad de la calle. Nosotros ahí, con ojos poéticos, en la mitad de las avenidas,  viendo cómo los carros salían disparados a sus respectivos hogares (donde el señor llegaba muy serio de trabajar y saludaba a sus señora de besito en la boca y los niños tomaban su chocolate mientras jugaban con sus distinguidos aparatejos).

- Camine, mi hermanito, que falta mucho para el siguiente pueblo.
- Es que estoy mamado, mi hermanito, pero hágale, hágale… hágale que no hay mañana. A caminar, a caminar que el mundo se va a acabar.

…y levantarse y hacer cafecito por las mañanas y oler esos vientos raros que trae el mar. Y caminar y caminar y hablar sobre la vida de las mariposas y sobre el disco Rubber Soul de los Beatles y sobre ese japonés que es el mejor arquitecto del mundo… y andar y olvidarse del arte de interpretar los sueños; olvidarse de los nostálgicos amorcitos del colegio. Fumar tabaco fresco y volver a prender la fogata y volver a levantarse y volver a hacer cafecito por las mañanas y oler esos vientos raros que trae el mar. Y caminar y caminar y hablar sobre la vida de las mariposas…


Y llegar a esa casita que se veía a lo lejos y tocar la puerta y decir: “Buenas noches, señora, ¿cómo está usted?, venimos desde muy lejos y necesitamos un poquito de agua. Sería usted tan amable…”   y la señora ahí mismo: “Ay, muchachos, qué cosa tan terrible… se ven demacrados. Sigan, sigan… este país está muy mal, cómo dejan desamparados a unos muchachos tan bonitos, eso es por pura culpa de la crisis. ¿Sí supieron que ahora se está ahondando la crisis por paro en la refinería de Cartagena?”.

jueves, 18 de julio de 2013

CHISPA


Wassily Kandinsky, Composición X




Bailar el jazz es como ir comiendo empanadas mientras el juguito de limón -todo mezclado en salsa picante- se va chorreando lentamente por los cachetes. Es esa dulce algarabía que se produce en las tripas cuando uno se da cuenta de que, por un instante, la gente pierde la memoria. Es esa sensación de atrapar a la chica de uno y decirle: “Ternura, te quiero chupar ese espíritu flotante que tiene tu músculo cardiaco”.

Lo difícil viene después… : llegar al cuarto y ver que las cosas siguen intactas, absurdamente intactas. Es eso de vivir aquí, en esta ciudad construida por un enorme armazón de acero donde el tiempo parece quedarse atascado. Donde los amigos del colegio se pasan la vida hablando de los amigos del colegio y de lo feliz que era la vida antes de percatarnos de que hemos vivido siempre aquí, así, adentro de este lugar donde el tiempo ni siquiera es tiempo; donde las cosas ya no tienen nombre porque se les llama desde un pasado que, así no pueda ser recuperado, todos lo quisiéramos recuperar.

Todos quisiéramos salir a bailar el jazz y llegar a nuestros cuartos y que todo sea distinto. A todos nos gustaría que caiga una lluvia de audífonos o que el mundo se convirtiera, de repente, en una torta gigante de árboles y acetaminofén; en una cascada de óleo sobre tela. 
Pero no. Las cosas permanecen intactas, absurdamente intactas.

A pesar de todo ese atasco, hay algunos de nosotros que vemos una luz, o por lo menos una chispa. Andamos con el pelo largo, con un morral lleno de libros y con los bluyines untados de clorofila. A pesar de que sabemos que todo va a seguir igual, el espíritu de andar sigue vivo en nuestras médulas. Porque la vida, de vez en cuando, regala pequeños instantes de fosforescencia que hacen que todo –así nomás- sea digno de vivirse. La vida es digna de ser vivida porque podemos bailar el jazz …
…por eso yo, el que aquí te habla, te puedo ir hablando así, de esta forma tan líquida y tan tronchada. Y te hablo a ti, ternura. Y te invito a vivir conmigo en una campiña construida por flautas y café, y nos tiramos en la hamaca a leer relatos de Tolstói y nos tomamos unos whiskys con soda y yo te escribo poemas –porque yo soy como un Rimbaud del siglo XXI- y tú sales en las mañanas a trabajar seriamente y yo me quedo ahí, en nuestra campiña, sin camiseta, con los calzoncillos al aire, descifrando la visión de los pájaros. Y el vaso de whisky le va revelando al mundo que lo que yo te escribo (esto mismo que te escribo ahora) viene desde las estrellas. Porque mis palabras hace mucho que no son mis palabras. Porque mis palabras no son de este mundo: son de las nubes; son de los aguaceros de saturno; son del olor a ceniza que esconde la barba del pirata…

…y seguir bailando el jazz, olvidando ese revoltijo de tráficos; de orín; de vidrio; de gramáticas; de ortografías. Y, después, volver a esta ciudad construida por el armazón de acero inoxidable. Pero volver mejor: con un poco más de chispa para seguir viviendo; para seguir rogando por la lluvia de audífonos. Esperar, con más elegancia,  la caída de esos discos de música vieja que se van a explosionar en nuestras caras y van a dejar nuestros músculos rotos, volando por ahí, radiantes, absolutamente radiantes.  

martes, 2 de julio de 2013

HACER MAGIA

Jackson Pollock, Convergence.  



Para Carolinita:
el aguardiente,
la manga poma,
el Rock And Roll.


Nick Drake se suicidó una mañana de 1974. Se tomó un tarrado de antidepresivos y se derrumbó bellamente frente a su plato de cereal. Nick era uno de mis mejores amigos, pero, a pesar de ese título tan pomposo, yo nunca lo traté de convencer de que sea feliz. Yo, a diferencia de todo el mundo, entendía la naturaleza de su infinita tristeza. Es decir: yo entendía la naturaleza fastidiosa de las cosas en general. Para Nick, era el mundo el que había conspirado para hacerse cada vez más gris; cada vez más falto de magia. Era algo así como esa hermosa metáfora en La historia interminable de Michael Ende, donde el mundo de Fantasía empieza a desaparecer porque los hombres se empeñan demasiado en demostrar las cosas científicamente. 

El buen Nick tenía las manos  gigantescas;  tan gigantescas  que podía hacer acordes impensables en su guitarra. Eran tan ilusorias sus melodías que la guitarra misma se sorprendía de que un simple mortal pudiera sacarle esos sonidotes; esas músicas extrañas compuestas para pintar de rosado un universo que se esforzaba cada vez más en perder sus colores pastel. Gracias a su digna forma de caminar en su propia trocha imaginaria, Nick vivía en la esquina de la galaxia tratando de disparar flechas al infinito; tratando de luchar contra esas fuerzas malvadas que aseguraban que el mundo lo gobernaba la finitud.

Por eso, y por bajones de esa índole, la cosa siempre fue difícil para Nick. La situación era más clara que el agua: es que es muy complicado venir a este mundo con la misión de esparcir la magia y que haya un puñado de gentecita ensañada en decir que las cosas deben ser comprobadas por los cinco sentidos.  “¡Los hechos!, ¡los hechos!, ¡lo que importa es lo práctico!”, y cosas de ese tipo eran las que hacían que la vida de Nick se convirtiera en una cosa demasiado extraña; en una lucha que parecía no tener sentido. Para él -y para muchos de nosotros- la vida se hacía descomunalmente rara: un vaso de vodka con hielo, un paquete de cigarrillos Camel en sus bolsillos rotos, la bendición de su madre, un poco de ejercicio para desentumecer sus largos dedos… y a la vida. A esa vida rara donde las cosas bonitas se iban desvaneciendo a velocidades increíbles.

A esa vida rara donde una vez decidió invitar a la chica de sus sueños al concierto de Bob Dylan en Londres.  Nick estaba tan enamorado que decidió  perderse casi todo el concierto para hacer una fila de dos horas y media y llevarle un sándwich a su querida princesa. Tratando de colarse, recibió un puñetazo brutal en el ojo izquierdo que no le impidió terminar su noble misión. Cuando llegó con la sorpresa; con ese delicioso sándwich que había sido luchado a muerte, la muchacha miró la comida como si estuviera cubierta de excremento. Cogió el sándwich con dos dedos, lo abrió, lo inspeccionó, le sacó todo el jamón, tiró la lechuga; tiró el queso; el tomate; los pepinillos; las aceitunas y se quedó con dos insípidas rebanadas de pan. “Pero mi amor lindo –decía Nick- tengo el ojo destrozado por ese sándwich. Te lo pido, muñeca, no me desprecies así”…

 ...en el fondo sonaba A Hard Rain's a-Gonna Fall y la gente se enloquecía de euforia; de felicidad absoluta. Pero Nick no, a él le parecía triste todo eso… ¿por qué “hard”?, ¿por qué “rain”?, ¿por qué “a-gonna”?, ¿Por qué “fall”? Entonces, su mundo se empezaba a derretir; sus pensamientos empezaban a deambular por esa atmósfera infinita que atacaba su razón: “¿Será que el amor de mi vida ya no me quiere?, ¿será que existe una muchacha en este mundo que no refute mi sándwich?, ¿será que algún día podré ser tan feliz como toda esta gente que canta y baila la música de Dylan?, ¿será que busco un nuevo oficio?, ¿qué es la música?, ¿será que Dios existe?... Quiero unas goticas de valeriana para calmar esta ansiedad. Tengo que calmarme. No todo es malo, no todo es malo: el mundo, muy en el fondo, está construido por el sonido de la espuma”.   

viernes, 28 de junio de 2013

MI MORRAL





Vik Muniz,  Edgar Allan Poe, Pantheon I 



Todo el mundo dice que escribir es dificilísimo, pero yo no. O sea: yo sí. O sea: yo sí soy de esos que dicen que escribir es dificilísimo, pero la pura verdad es que creo que escribir es facilísimo. Sólo digo que es difícil para que la gente crea que lo que yo hago no es simplemente ir poniendo palabras en una hoja de papel. Pero, si me pongo a pensarlo con detenimiento, eso es exactamente lo que hago: voy poniendo palabritas que me van llegando a la cabeza, después les pongo comas y todas esas cosas para que se vea que todo está fríamente calculado…y ya. Ya está.

Por ejemplo, hoy me encontré con una muchacha muy linda que no veía hace años, yo iba tranquilo por la calle, con mi morral roto y mis audífonos que disparaban la música de los Rolling. La muchacha me paró en la mitad de la calle y me dijo: “Hola, ¿te acuerdas de mí?”. Y yo claro que me acordaba de ella, tenía unos dientes lindísimos y el pelito más amarillo de todos los pelitos del mundo. Me dijo que había leído mi libro y que le había parecido lo más hermoso y lo más profundo que había leído en su vida. A mí me dio mucha lástima porque yo no quería que la gente creyera que mi libro era “profundo”, siempre me ha parecido desagradable la palabra “profundo”. Pero igual le seguí la corriente y le pregunté que qué más de su vida. Me dijo que ella quería ser escritora y todas esas cosas, pero que todo el mundo le decía que eso era dificilísimo. Yo le dije que estuviera tranquila, que la gente sí decía eso pero que era pura mentira…

“Mira –le dije- coge este papel y este lápiz –saqué un papel y un lápiz que yo siempre cargo en mi morral roto-  y escribe algo, lo que quieras, sobre lo primero que se te venga a la cabeza”. Ella me miró como si yo estuviera loco, pero creo que le pareció muy chévere el ejercicio porque me hizo caso de inmediato. Se tomó la cosa muy en serio, pero se estaba demorando mucho en escribir las primeras líneas. “Escribe lo que sea – le dije- lo que quieras, lo que te pasó en los últimos minutos de tu vida”… entonces se puso a escribir y me entregó un papel que decía lo siguiente: “Me pusieron a escribir lo primero que se me pasara por la mente entonces escribí esto”. A mí me pareció muy bonito lo que escribió. “El resto es cuestión de maña- le dije- esto puede ser un hermosísimo poema, mira:” cogí el lápiz y el papel y escribí así:

Me pusieron a escribir
lo primero que se me pasara
por la mente…
y, como nada se me pasa por la mente,
escribí que me pusieron a escribir 
lo primero que se me pasara
por la mente…
” 


“Sí ves- le dije- a mí me parece que eres una auténtica escritora”. La verdad es que  le dije lo que yo realmente creía. Le dije que no se preocupara, que escribir era de las cosas más fáciles que había creado Dios (si es que Dios creó el escribir. No sé).    

sábado, 22 de junio de 2013

PERIÓDICOS


Takashi Murakami,
My arms and legs rot off and though my blood rushes forth,
the tranquility of my heart shall be prized above all. 

Habían estado pintando las paredes de mi casa y todo el piso seguía cubierto de periódicos. Apenas entré, me llené de una rabia casi incontrolable. No aguantaba más. Quería volver a la tranquilidad de mi hogar; a esa casa donde se podía caminar dignamente.

Como la rabia trae memorias aleatorias, en ese momento recordé que un amigo de la universidad decía que ver periódicos regados por el piso creaba un ambiente poético. Decía que las cosas más simples de la vida podían estar cargadas de una fuerza artística insuperable. Pero, para hablar con toda la sinceridad del mundo, yo no le veía nada de poético a eso. Yo sólo veía un montón de reguero tirado por el piso.

Ese día, cuando empecé a caminar por todo el reguero, descubrí que uno de los periódicos tenía una foto gigantesca de Julio Sanchez Cristo, ese periodista tan desagradable que hizo que mi amor por la radio se desvaneciera en las nubes. Miré a mi alrededor -cerciorándome de que no hubiera nadie como testigo- y empecé a caminar tranquilamente por encima de la cara de Julio (o Julito, como le dicen los que les gusta su horrible emisora). Poco a poco le fui pisando la cara con más y más fuerza hasta dejarle la calva repleta de barro, porque mis botas Caterpillar siempre están  llenas de barro. Me pasé como media hora pisándole la calvicie al reconocidísimo periodista.

Cuando me percaté de que llevaba más de treinta minutos haciendo eso, me dije a mí mismo: “Debo estar como loco o algo…porque esto no es normal”. Pero seguí pisando el periódico como si no tuviera nada más para hacer en todo el día. Entonces, de repente, descubrí que mi amigo tenía toda la razón. Como si fuera una epifanía, descubrí que sí era bastante poético tener un montón de periódicos regados por el piso. Pero lo más importante es que descubrí que uno nunca puede subestimar las cosas que están por ahí regadas e ir diciendo (como si uno se las supiera todas): “Yo no le veo nada de poético a eso”, y todo ese tipo de bobadas que uno dice cuando está de mal humor.

jueves, 13 de junio de 2013

TRANSACCIÓN


Vincent Van Gogh, Hombre viejo en el dolor. 


Llegué, por fin, a la fila del banco -¡Oh, banco!, eres mi peor enemigo; el más repugnante de todos mis enemigos- y me acerqué donde la señorita. Le dije que cómo era posible que uno tuviera que hacer una transacción sabiendo que la palabra “transacción” era tan ambigua. Le dije que la realidad misma era un problema del lenguaje: “Sí, “transacción”, una palabra dificilísima; una palabra que involucra los problemas más agudos de la metafísica”.
Al final, como era de esperarse, no pude hacer la tal transacción.

Llegué a mi casa y le conté a mi hermano lo mal que se habían portado en el banco: “…entiende, brother, no hay derecho, no hay derecho”. Mi hermano me contestó que no poder hacer “vueltas” en el banco es uno de los grandes problemas de la gente como yo: “esos bichos raros que se pasan la vida sumergidos en los libros, como si la vida tuviera algo que ver con la filosofía de Nietzsche o con los sonetos de Shakespeare”… Y sí, era cierto. Muy cierto. Mi brother tenía toda la razón: la vida no tenía nada que ver con esos personajes que dedicaban su vida a escribir sobre la vida. Era cierto: Nietzsche no sabía nada de filas en los bancos ni de la palabra “transacción”. Nietzsche sabía de otras cosas; de cosas como el problema de la existencia de Dios; de cosas de otro tipo. Es decir: de cosas que no sirven para nada.

Me tiré en la cama y me puse a pensar en todo eso. Recordé que hace siete u ocho años yo era un muchachito tratando de ser un poco rebelde. No muy rebele, pero sí un poco. Puede ver esa imagen con claridad: yo, con un aire estúpidamente retador, diciéndole a todo el mundo que a mí no me gustaba el dinero, que yo me iba a dedicar al mundo de las letras; “al país de las letras”. Hoy, pensándolo mejor, prefiero saber hacer una transacción en el banco. O, por lo menos, saber el significado de la palabra “transacción”…¡Ay!, Dios mío, qué importante que es saber hacer transacciones… ¿Por qué no le hice caso a mi padre cuando me dijo que la filosofía no servía para nada?, ¿por qué no estudié administración de empresas?: esa honorable carrera universitaria que le enseña a los muchachos el valor real del dinero; el valor real de palabras tan fundamentales como “transacción”.  

Me levanté de la cama y llamé a mi padre: “Hola, papá. He tomado una decisión. No más literatura; no más filosofías baratas. Quiero montar un negocito…necesito que me prestes una platica para montar un barcito  Jazz-librería en Santa Marta. O donde sea, no importa, con tal de que sea al lado del mar… aló, ¿aló?…¿pá?...¿aló?… Ajjj…se cortó esta vaina”. 


   

miércoles, 5 de junio de 2013

EN UNA BANCA




Jean Michel Basquiat, Dustheads. 

Conocí a Dror en una banca. En una de esas bancas viejas que adornan las calles de Tel Aviv. El hombre no estaba ahí sentado para descansar ni nada de esas cosas que hacemos cuando nos sentamos en una banca; el hombre habitaba la banca: vivía en ella. Dror tenía la barba larga y se cubría con un montón de trapos indescifrables. Nadie entendía qué eran esas cosas que usaba como ropa. Era un tipo bueno. O mejor dicho: era un gran tipo.

Yo lo visitaba en su banca casi todos los días. Le llevaba un pedazo de pan o un falafel barato que vendían en esa misma esquina de la calle Ben-Yeuda. Él me recibía con cara quejumbrosa y empezábamos a conversar en hebreo. Cuando Dror empezaba a sumergirse en los temas –como casi siempre lo hacía- cambiaba de idioma porque sabía que mi hebreo no era suficientemente bueno para mantener una charla con una persona tan sabia. Me hablaba en un ingles perfecto con acento británico. Recuerdo que un día le pregunté: “Amigo, ¿por qué hablas con ese acento como si tuvieras un doctorado en Oxford?” . Y él me respondió: “Porque los americanos no saben hablar el ingles. Ten cuidado: los americanos escriben buenos guiones para el cine, pero no saben hablar la lengua inglesa. Ésta lengua, en la que estamos hablando ahora mismo, está diseñada fonéticamente para gente elegante, no para borrachos como tú y yo”…

Dror citaba de memoria a los poetas latinoamericanos; citaba astrólogos, historiadores, filósofos…de todo…citaba y citaba. Pero sólo se sentía cómodo cuando hablaba de mujeres. Hablaba de una tal Sapir que le había destruido su vida para siempre…y cuando llegábamos al tema de Sapir, ya nadie lo callaba. Siempre decía: “Mira, niño, las mujeres son la peor desgracia que tiene la vida. Tú, que estás joven, deberías volverte marica”…y cosas así… pasábamos horas enteras hablando mal de las mujeres.

Eran buenos tiempos. Mi amigo Dror me enseñó muchas cosas. Me enseñó, por ejemplo, una de las cosas más ciertas y más misteriosas que he aprendido en la vida: un día cualquiera, mientras charlábamos sobre Sapir,  vimos pasar a un Sudaní que andaba en bicicleta por la calle Ben-Yeuda. Dror se quedó mirándolo con los ojos llorosos y me dijo: “Mira, niño, los judíos no hemos aprendido nada en esta vida. Todos los años conmemoramos el día del holocausto, el día de la destrucción del templo, la inquisición española… y seguimos siendo el pueblo más racista del mundo. Nos sentimos “los elegidos” y no nos damos cuenta de que estamos pecando. Estamos cometiendo el pecado más grave de todos: el del irrespeto a lo que es diferente a nosotros mismos. Odiamos a los árabes, a los inmigrantes africanos, a los goyim en general. Entiendes, niño, entiendes…Un alemán no conmemora el día del holocausto, pero no tiene problema en  votar por un homosexual para la alcaldía de Berlín. Entiendes, niño...Qué falta de pluralismo el que hay en nuestro país; en nuestro pueblo…¿cuándo será que nos vamos a sentir como seres humanos; como hombres comunes y corrientes?”  

La última vez que visité a Dror le llevé una copia impresa de mi libro.  Estaba lloviendo muchísimo, parecía una tormenta de desierto en plena ciudad. Le dije: “Amigo, ayer terminé de escribir mi libro de poesías. Éste es el manuscrito original, te lo regalo”. Me dio un beso en la frente y me dio las gracias. Antes de irme –mi vuelo a Nueva York salía en unas horas– le dije: “Dror, amigo, estás muy mojado…¿por qué no te paras de esa banca?”. Dror puso su cara quejumbrosa y empezó a hablar en su impecable ingles: “Sí, es muy interesante. Estoy muy mojado porque el comportamiento natural del agua es mojar. Es muy hermoso: la naturaleza misma del agua la obliga a mojar”. 



Agarré un taxi que me llevó a la estación del tren. El tren me llevó al aeropuerto Ben Gunrion. El aeropuerto Ben Gurion me llevó al avión. El avión me llevó a Nueva York. Nueva York me llevó a una banca donde vivía un tipo llamado Joel. Era un tipo bueno. O mejor dicho: era un gran tipo.