martes, 2 de julio de 2013

HACER MAGIA

Jackson Pollock, Convergence.  



Para Carolinita:
el aguardiente,
la manga poma,
el Rock And Roll.


Nick Drake se suicidó una mañana de 1974. Se tomó un tarrado de antidepresivos y se derrumbó bellamente frente a su plato de cereal. Nick era uno de mis mejores amigos, pero, a pesar de ese título tan pomposo, yo nunca lo traté de convencer de que sea feliz. Yo, a diferencia de todo el mundo, entendía la naturaleza de su infinita tristeza. Es decir: yo entendía la naturaleza fastidiosa de las cosas en general. Para Nick, era el mundo el que había conspirado para hacerse cada vez más gris; cada vez más falto de magia. Era algo así como esa hermosa metáfora en La historia interminable de Michael Ende, donde el mundo de Fantasía empieza a desaparecer porque los hombres se empeñan demasiado en demostrar las cosas científicamente. 

El buen Nick tenía las manos  gigantescas;  tan gigantescas  que podía hacer acordes impensables en su guitarra. Eran tan ilusorias sus melodías que la guitarra misma se sorprendía de que un simple mortal pudiera sacarle esos sonidotes; esas músicas extrañas compuestas para pintar de rosado un universo que se esforzaba cada vez más en perder sus colores pastel. Gracias a su digna forma de caminar en su propia trocha imaginaria, Nick vivía en la esquina de la galaxia tratando de disparar flechas al infinito; tratando de luchar contra esas fuerzas malvadas que aseguraban que el mundo lo gobernaba la finitud.

Por eso, y por bajones de esa índole, la cosa siempre fue difícil para Nick. La situación era más clara que el agua: es que es muy complicado venir a este mundo con la misión de esparcir la magia y que haya un puñado de gentecita ensañada en decir que las cosas deben ser comprobadas por los cinco sentidos.  “¡Los hechos!, ¡los hechos!, ¡lo que importa es lo práctico!”, y cosas de ese tipo eran las que hacían que la vida de Nick se convirtiera en una cosa demasiado extraña; en una lucha que parecía no tener sentido. Para él -y para muchos de nosotros- la vida se hacía descomunalmente rara: un vaso de vodka con hielo, un paquete de cigarrillos Camel en sus bolsillos rotos, la bendición de su madre, un poco de ejercicio para desentumecer sus largos dedos… y a la vida. A esa vida rara donde las cosas bonitas se iban desvaneciendo a velocidades increíbles.

A esa vida rara donde una vez decidió invitar a la chica de sus sueños al concierto de Bob Dylan en Londres.  Nick estaba tan enamorado que decidió  perderse casi todo el concierto para hacer una fila de dos horas y media y llevarle un sándwich a su querida princesa. Tratando de colarse, recibió un puñetazo brutal en el ojo izquierdo que no le impidió terminar su noble misión. Cuando llegó con la sorpresa; con ese delicioso sándwich que había sido luchado a muerte, la muchacha miró la comida como si estuviera cubierta de excremento. Cogió el sándwich con dos dedos, lo abrió, lo inspeccionó, le sacó todo el jamón, tiró la lechuga; tiró el queso; el tomate; los pepinillos; las aceitunas y se quedó con dos insípidas rebanadas de pan. “Pero mi amor lindo –decía Nick- tengo el ojo destrozado por ese sándwich. Te lo pido, muñeca, no me desprecies así”…

 ...en el fondo sonaba A Hard Rain's a-Gonna Fall y la gente se enloquecía de euforia; de felicidad absoluta. Pero Nick no, a él le parecía triste todo eso… ¿por qué “hard”?, ¿por qué “rain”?, ¿por qué “a-gonna”?, ¿Por qué “fall”? Entonces, su mundo se empezaba a derretir; sus pensamientos empezaban a deambular por esa atmósfera infinita que atacaba su razón: “¿Será que el amor de mi vida ya no me quiere?, ¿será que existe una muchacha en este mundo que no refute mi sándwich?, ¿será que algún día podré ser tan feliz como toda esta gente que canta y baila la música de Dylan?, ¿será que busco un nuevo oficio?, ¿qué es la música?, ¿será que Dios existe?... Quiero unas goticas de valeriana para calmar esta ansiedad. Tengo que calmarme. No todo es malo, no todo es malo: el mundo, muy en el fondo, está construido por el sonido de la espuma”.   

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