domingo, 7 de diciembre de 2014
domingo, 26 de octubre de 2014
SÍMBOLOS
El naufragio, William Turner |
Para la chica de los símbolos.
Llevábamos como cinco años sin hablarnos
hablarnos. Hablábamos por símbolos, por tormentas, por barcos de vela.
Hablábamos por la sangre, bucaneros descostillando la ortografía; pero nunca
nos habíamos dicho ni una sola palabra.
El primer contacto simbólico fue un poema
que le tiré por debajo de la puerta. Un fragmento hermoso de una Iluminación de Rimbaud: “Mi camarada, mendiga, ¡niña monstruo!, cuan
poco te importan, esas desdichas y esos obreros, y mis turbaciones. Únete a
nosotros con tu voz imposible, ¡tu voz!”. Después –creo que pasaron dos o
tres días- ella puso en su puerta un cepillo para peinar que le iba saliendo
una trenza de pelo. No sé si me explico: era un cepillo blanco y, como pegada
al cepillo, una trenza larga de pelos amarillos. Pelos pelos de la vida real… Supe
que era para mí porque el curioso objeto venía con una notica que decía: “Para
Rimbaud, de la niña monstruo”. Cogí el cepillo, me lo llevé a la casa y me puse
a ver la cosa durante horas. Era perfecto hasta las seis siete de la mañana.
a a mi hamaca a leer el techo y a tomar cafu propia gastritis. eal. ese cepillo con pelos. Me puse a leer el techo
desde mi hamaca. Saqué la guitarra y la guitarra y la guitarra y traté de componer
una canción sobre la palabra piña, que era bella, la palabra. “P-I-Ñ-A”. Ya se
había formado en mí esa cosa rara que pasa con los símbolos. Ese mundo. Ese
amor.
Pasaron, como ya lo dice la primera línea
de este cuento, cinco años de habladuría simbólica. Cada vez había más
confianza: yo ya le mandaba poemas míos que había escrito para ella y ella ya
empezaba, poco a poco, a bajar las cosas a la vida normal. Pero todo, poco a
poco, se devolvía a los aires. Las
notas, a veces, decían cosas como “Hola”, o como “La última canción que me mandaste
estaba hermosa”. Pero casi siempre se trataba de un diálogo oculto: músicas
extrañas, poemas enloquecidos, imágenes que se iban rompiendo en los espacios
siderales que cada uno guardaba en su propia gastritis. Y yo, siempre, casi
siempre, de vuelta a mi hamaca a leer el techo y a tomar café hasta las seis
siete de la mañana. Andaba yo en unos tiempos raros, difíciles, marginándome a
mí mismo de mí mismo. Trabajando duro, durmiendo poco, comiendo poco, fumando
mucho, tomando mucho aguardiente. Sólo existían los símbolos que iban llegando
cada dos o tres días a la puerta de la chica de los sueños. Había un amor ahí,
pero era un amor extraño. Rocoso. Vidrioso. Hoy, que lo pienso, puedo decir que
no andaba bien por esos días: quería abrazos y ese tipo de cosas, pero mi vida
era demasiado nebulosa para pedir las cosas de frente.
Un día, como si nada, decidí que le
quería dar un beso de frente, en la frente, o lo que sea, en donde sea, pa las
que sea. No sé, verla a la cara y decirle: “Mi amor eres tan linda me gusta
todo lo que dejas en tu puerta me hace sentir tu mundo de chica punkera que
escucha el jazz a todo el volumen del mundo y vas fumando cigarrillos sin filtro
me encanta que te encanten todos los escritores que yo leo todos los días todos
los días te gusta Rulfo y a mí me gusta tanto que te guste Rulfo que me dan
ganas de tirarme de un edificio”.
Llegué a la puerta y había un nuevo símbolo: While My Guitar Gently Weeps, de Los Beatles. Toqué le puerta y abrió ella. “¡Rimbaud!”, me dijo.
“Ajá”, le dije. “Dañaste la magia. ¿Por qué no dejaste que la poesía fuera sólo
poesía?” (dijo eso, pero no parecía brava. Sonreía. Todo era un juego. Era
hermosa). Charlé un rato con ella. Le dije todo de mí y ella me dijo todo de
ella. Salí de su casa con una sonrisa…salí más borracho de lo que entré.
En el fondo (y fue innegable desde
el momento en que dijo “¡Rimbaud!”), yo sabía que yo era el que estaba
enloquecido por esa chica, pero ella no estaba ni cerca de estar enloquecida
por mí. A ella sólo le gustaba el jueguito simbólico que yo había matado, así
nomás, por tratar de traer la poesía al
mundo de los vivos y los muertos. A este mundo donde la
poesía no sabe respirar.
viernes, 3 de octubre de 2014
KAFKA
Marc Chagall, El beso. |
Un día me levanté y ya estaba convertido en dolor de
barriga. Absolutamente. Llegué al
trabajo y todos me miraban como diciendo: “No, no, no. Este ya se convirtió en
dolor de barriga”. Pero nadie se atrevía a decírmelo en la cara. Es como cuando
uno empieza a hablar con alguien que tiene un grano gigantesco. Uno se empieza
a tocar la propia cara en ese lugarcito donde el otro tiene el grano, como
diciéndole: “Mi hermano, usted tiene un cosa ahí muy fea pero me daría
vergüenza con usted decirle que se espiche eso”. O como cuando una chica tiene
un herpes en el labio. Uno no va a ser tan atarbán de decirle: “Hermosura, te
prendieron una infección bien áspera en ese labiecito tuyo”.
Iba yo un poco triste. No es fácil ser un dolor de barriga.
Y es peor aún cuando no hay un proceso de conversión (como dirían los judíos).
Es decir: todos los dolores de barriga que he conocido (que son dos o tres) se
han ido convirtiendo; han pasado por un proceso donde pueden pensar en cómo
reestructurar sus vidas y todo ese tipo de cosas: ¿cómo hago para dejar de ser un
humano?, ¿cómo me voy a ganar el sustento del día a día?, ¿qué es ser un dolor
de barriga?... Yo no. A mí me cogió de un día pa otro…Me levanté, me di cuenta
de que ya no era un muchacho hecho y derecho, entendí todo eso del dolor de
barriga y pensé en Kafka: Gregor Samsa se levanta convertido en esa
musaraña y se queda todo el día tirado en ese cuartico lloriqueando sobre la
existencia…la diferencia es que a mí sí me tocaba ir a trabajar y que la
existencia no tenía nada que ver en todo eso. “Los dolores de barriga no son
como los bichos de Kafka”, me dije. Traté de reírme de mí mismo: “¿Cómo puede
ser posible que, después de entender la tragedia en la que estaba volcado, lo
primero que se me venga a la cabeza sea una referencia literaria?”. Me estaba
convirtiendo en esos intelectuales horrorosos que todo lo relacionan con Virgilio
o con Spinoza. Como decía: “traté de
reírme de mí mismo”, pero, como me fui a dar cuenta ahí mismito, los dolores de barriga no
tienen la facultad de la risa. O mejor dicho: no he descubierto cómo es que se
ríen los dolores barriga.
Iba yo un poco triste caminado por las “zonas verdes” de mi
trabajo -por un bosque pequeñito que hay en el fondo del colegio donde daba
clases de literatura antes de convertirme en un dolor de barriga- y vi a lo
lejos a una muchacha que venía hacia mí. Traté de esconderme un poco. Me daba
mucha pena que me vieran así de melancólico (así de dolor de barriga). “Josef”,
me gritó. “Hola”, le grité. Ella me
miraba con una sonrisita toda pícara y yo miraba al piso. Me quedé embobado con
un mariposa muerta que parecía haberse ahogado en el pasto:
— Te estaba buscando. Me di cuenta esta mañana de que
te habías convertido en dolor
de barriga. ¿Cómo te sientes?
— Pues bien. Un poco triste.
— ¿Te duele?
— Un poco. Digo: en la barriga… ¿sí me entiendes?
— Sí. Más o menos.
Como ya no tenía nada que perder, saqué de mis tripas (que
ya se habían apoderado de la totalidad de mi anatomía) toda la fuerza del
mundo. Esa fuerza que era imposible de sacar antes de convertirme en dolor de
barriga:
— ¿Le darías un beso a un dolor de barriga?-, le dije.
La mariposa ya se había desaparecido en las inmensidades metafísicas
del pasto.
— Sí. Creo que sí le daría un besito a un dolor de
barriga. Pero hoy no puedo. Tengo un novio, una vida y todas esas
cosas…
— Ah, ya. Gracias de todas formas. Me haces sentir un
poco mejor. Me reiría si pudiera.
Salí ese día del trabajo un poco más cansado que de
costumbre. Me dolían mucho los tobillos. Cogí el Transmilenio y -entre las
miradas extrañas de todo el mundo- me puse a leer un libro amarillo de Salvador
Garmendia. La vida era triste pero linda. Gris. Un gris lindo. Un gris parecido al de las mariposas cuando se
van ahogando en el pasto. Traté de escribir algo hermoso en los espacios
blancos del libro de Garmendia, pero todo, de repente, se hacía un poco
derretido; un poco parecido a un relato sobre un muchacho que se convierte en
dolor de barriga. “Ser dolor de barriga
es una forma de derretir las cosas.”, me dije. No pude reír. “Ya basta. Aquí quiero
terminar este cuento. Me cansé de escribir.”, me dije unos segundo después. No pude reír.
jueves, 15 de mayo de 2014
JUEVES
Pablo Picasso, Autorretrato (1901) |
Vivíamos………………………………………………………………………………………………….............................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................………………………………………………………………………………………………….…
Digo, es decir, o sea, vivíamos acostumbrados a
vivir............................................................………………………………………………………………………………………………..............................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………
O sea: vivíamos. Sólo vivíamos………………
……………….Recuerdo
que era un jueves……………..
…no suelo tener
en la cabeza las fechas y ese tipo de cosas, pero recuerdo a la perfección el
color de los días de la semana: el lunes es azul rey, el martes verde, el
miércoles es de un café extraño, el jueves es azul (un poco diferente al del
lunes), el viernes es verde (idéntico al del martes), el sábado es blanco y el
domingo es una pipa; un chocolate caliente; una revista con alguna mierdosa
publicidad de algún concurso literario…
…era jueves (un
poco diferente al azul del lunes) y vivíamos. Yo leía ensayos de Chesterton y
una edición bilingüe de los poemas de Verlaine. Estaba tranquilo, amañado,
calientico, pensando en mi deseo incontrolable de ser uno de esos poetas que
mueren en la pobreza absoluta, ahí, yo, tirado en la calle con ese librito de
mierda que publiqué con mis propios ahorros…y que en treintipico de años me reconocieran
como ese gran-poeta-nunca-comprendido que captó el secreto de los árboles del
desierto…O algo así…Es extraño, pienso ahora mismo, eso de uno de querer que no
lo comprendan a uno. Es extraño, es muy extraño, pero a mí siempre me ha
pasado. Todo el tiempo. Siempre me pasa. Pasa muy a menudo cuando uno recuerda
esas imágenes de García Márquez dándose abracitos con la crema y nata…no
sé…pasa mucho eso de querer ser un poeta que nadie lo lea a uno…
…era jueves (un
poco diferente al azul del lunes) y yo leía ese hermoso ensayo titulado “un
trozo de tiza”, pero me era muy difícil la concentración porque cada diez
segundos, cada vez que leía una oración, cerraba el libro para volver a echarle
un vistazo a la portada. Recuerdo esa portada con mucha alegría: aparecía una
gigantesca foto de Chesterton, ¡ay!, con sus gafitas, su bigotico, su cara de
osito; aparecía Chesterton con todo su ser; con su belleza absoluta…Como
decía, era jueves (un poco diferente al azul del lunes) y vivíamos. Yo leía en
mi pequeño cuarto y tomaba algunas notas sobre lo que leía, pero dichas
anotaciones no eran más que unas extrañas (dudosamente heterosexuales)
alabanzas a la cara de Chesterton…Estaba tranquilo, amañado............................................................ ……………………………………………………………………………cuando, de repente, sonó un golpe fuertísimo que venía,
seguramente, de la
calle de enfrente.
Saqué la cabeza por la ventanita de mi cuarto y descubrí que el sonido había sido producido por una guitarra que había sido lanzada desde algún techo vecino (en mi memoria quedó marcado por siempre ese sonido que
produce una guitarra cuando choca contra el asfalto frío).
Sentí una
tristeza enorme al ver una guitarra tirada en el piso; toda rota; toda
desgualachada; toda magullada…¿Por qué iban a tirar una guitarra del techo?...
Dejé mi libro en el estante,
salí a la calle y comprobé que sí; que, efectivamente, habían tirado una
guitarra de algún techo vecino. Entonces, cuando me agaché para recogerla,
sentí otro ¡pum! a mis espaldas. Giré la cabeza y descubrí que habían tirado
otra guitarra…Me acerqué para ver quién era el que andaba tirando tanta
guitarra y ¡pum!, una tercera guitarra golpeó la calle...
Decidí volver a mi
cuarto para ver todo desde mi ventanita: uno ahí, con su café caliente, con su
cuarto lleno de papeles, con su ventanita, contemplando los misterios del
mund…y ¡pum!: una cuarta guitarra y ¡pum!: cinco…y ¡pum!: seis, ¡pum!
¡pum!
¡pum! ¡pum! ¡pum!,
¡pum! ¡pum! ¡pum!,
¡pum!: veintiocho y ¡pum!:
treintiseis,
¡pum!.........¡pum!......... ¡pum! ¡pum! ¡pum!.. y si levantas la cara,
querido e hipócrita lector, te darás cuenta de que las guitarras van cayendo
del aire; de los cielos; de las nubes… ¡pum! ¡pum! ¡pum!:
docientasetetitres………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………. Llueve,
llueve, llueven guitarras. ¡Lluvia de guitarras acústicas!, ¡las guitarras de
la lluvia acústica!, ¡la acústica de las guitarras de lluvia!…
…y esperar a que
escampe. Ahí, en la ventanita , con el café caliente, con el cuarto lleno de
papeles, con esa nostalgiecita que traen, siempre, los días de lluvia. Y
volver, después del aguacero ¡pum!: treintainuevemildocientascuarenticuatro, a
las cosas de la vida. Sacar, de nuevo, el libro de Chesterton, los apuntes, los
anteojos, y salir del cuarto a preparar más café...................................................................................... ………………………………………………………………………………..................................................................................………………………………………………………………………Vivíamos………………………………………………………………………………………………….............................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................………………………………………………………………………………………………….…
Digo, es decir, o sea, vivíamos acostumbrados a vivir...........................................................………………………………………………………………………………………………..............................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………………………………………………………..........................................................…………………………………………………
O sea: vivíamos. Sólo vivíamos………………
martes, 29 de abril de 2014
PARÉNTESIS
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