Francisco Collantes , San Onofre |
Para el patico
lindo.
Este cuento habla de muchas
cosas. Pero, para desencanto de los lectores (que serán unos pocos haraganes),
las cosas que se cuentan a continuación no se explican con rigurosidad, es
decir: no se entienden como a mí me gustaría que se entendieran. Para no seguir
dando rodeos, lo pondré en las siguientes palabras: este cuentito está
construido bajo una prosa cargada de un ritmo absurdo; un ritmo que sólo le
suena bien a una persona: a mí mismo.
Me daba risa. Llegaba la gente y me preguntaba: “¿A ese man
amigo suyo se le moja la canoa, o qué?”
Y yo me empezaba a imaginar una
canoa flotando en la mitad de un mar infinito (aunque no tendría sentido hablar
de mitad cuando se habla de infinito). Y adentro de la canoa un viejito tomando
vodka mientras meditaba con el
sonido del humo que le iba saliendo de sus chancletas rotas; esas chancletas
magulladas de tanta poesía y tanto fracaso convertido en líquido de sal.
Me daba risa. Salía a caminar por
la calles y la gente hablando de economía y de políticas públicas.
Y yo buscando un arbolito para
poder tirarme a fumar un cigarrillo mientras miraba cómo se le movían los
labios a esa gente rara que entendía las noticias del periódico: “SE AHONDA
CRISIS POR PARO EN REFINERÍA DE CARTAGENA” … me imaginaba a mí mismo llegando
muy cortésmente donde esas gentes serias y preguntándoles: “disculpen, señores,
¿hay que trabajar en una oficina para entender qué es una refinería?, ¿por qué
ese verbo “ahondar” seguido del sustantivo “crisis”?”
Hasta que un día dije: “mierda,
no más”. Y llamé a mi hermano menor y le propuse que nos fuéramos a andar por
la carretera durante varios meses. Mi hermanito me dijo que hágale; que de una.
Y salimos de una. Escapados de “¿a ese man amigo suyo se le moja la canoa, o
qué?” y de “se ahonda crisis por
paro en refinería”… y a caminar como Dios manda. A darle. A trajinar por los
andenes del mundo. A dormir tirados en las carreteras de este universo loco. A
buscar papelito y lápiz para ir escribiendo las memorias de dos hijueputicas
creyéndose lo más soyado sobre la faz del planeta tierra. Andábamos así, todos
loquiados, robándonos puertas de madera para triturarlas y armar fogatas en la
mitad de la calle. Nosotros ahí, con ojos poéticos, en la mitad de las avenidas, viendo cómo los carros salían
disparados a sus respectivos hogares (donde el señor llegaba muy serio de
trabajar y saludaba a sus señora de besito en la boca y los niños tomaban su
chocolate mientras jugaban con sus distinguidos aparatejos).
- Camine, mi hermanito, que falta
mucho para el siguiente pueblo.
- Es que estoy mamado, mi
hermanito, pero hágale, hágale… hágale que no hay mañana. A caminar, a caminar
que el mundo se va a acabar.
…y levantarse y hacer cafecito
por las mañanas y oler esos vientos raros que trae el mar. Y caminar y caminar
y hablar sobre la vida de las mariposas y sobre el disco Rubber Soul de los Beatles y sobre ese japonés que es el mejor
arquitecto del mundo… y andar y olvidarse del arte de interpretar los sueños;
olvidarse de los nostálgicos amorcitos del colegio. Fumar tabaco fresco y
volver a prender la fogata y volver a levantarse y volver a hacer cafecito por
las mañanas y oler esos vientos raros que trae el mar. Y caminar y caminar y
hablar sobre la vida de las mariposas…
Y llegar a esa casita que se veía
a lo lejos y tocar la puerta y decir: “Buenas noches, señora, ¿cómo está
usted?, venimos desde muy lejos y necesitamos un poquito de agua. Sería usted
tan amable…” y la señora ahí
mismo: “Ay, muchachos, qué cosa tan terrible… se ven demacrados. Sigan, sigan…
este país está muy mal, cómo dejan desamparados a unos muchachos tan bonitos,
eso es por pura culpa de la crisis. ¿Sí supieron que ahora se está ahondando la
crisis por paro en la refinería de Cartagena?”.
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