El bebedor, Paul Cezanne.
Hacía muchos años que no escribía borracho.
Esas cosas, las de escribir borracho, eran cosas de niños: creer que uno podía
ser Bukowski, creer que esos versos bellísimos de Verlaine le venían gracias al
efecto de la absenta y ese tipo de bobadas. Pero esta vez, este cuento, como ya se habrán
dado cuenta, lo escribo borracho y se siente bien, se siente bastante bien, no
como antes. Antes, por ejemplo, me compraba media botella de aguardiente y me
ponía a tratar de escribir una historia ya concebida: “…voy a hablar de un
viejito que se queda sin dientes y se dedica a jugar ajedrez mientras espera su
muerte…”, y después venía la borrachera, y mi prosa, mi prosa enclenque, se
estancaba rápidamente. Era imposible seguir el hilo de la historia, era
imposible mantener el ritmo, la sinceridad, la voz, la gramática… Y me llenaba
de ansiedad pensando en que nunca iba a poder ser un escritor de la vida real.
Hoy no. Hoy sé (estoy seguro) que la
historia va a salir. Hoy sé, sin saber sobre qué quiero escribir, que llegaré
al final de este cuento y que el mundo no va a cambiar por haberlo publicado en
alguna de esas revistuchas que me hacen el favor de publicar mis cuentos. Hoy
no siento esa ansiedad. Hoy me levanté, sábado 9:00am, y decidí que quería
volver a escribir bajo los efectos del alcohol. Me preparé una arepa con
mantequilla, me la comí, saqué una botella de Chivas Regal de la nevera, me
serví el primer vaso con hielo y soda y salí al balcón, tranquilo, a fumar
cigarrillos y a tomar Chivas y a escuchar a Los Aterciopes (“Tiñes mis días de
fatal melancolíííaaaa, eres el hacha que astilló toda mi viiidaaaa, premeditada y diviiiinaaa…”) y a escribir, aquí, mientras espero a que un
amigo del trabajo me recoja para ir a una finquita que queda a las afueras de la
ciudad. ¿Y sobre qué escribir?,¿y así, todo borracho, sin historia,cómo llegar al
final?, ¿qué relato contar, qué argumento? Hoy no. Hoy no me importa nada de eso.
Hoy no tengo historias preconcebidas, hoy
no voy a hablar de ningún viejito sin dientes que espera su muerte jugando ajedrez. Hoy no tengo relato, pero tengo
lo único que se necesita para poder llegar al final de un cuento: tengo eso, esa
cosa mágica, de ya no querer ser un escritor de la vida real. Con eso basta. Con eso sobra...
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La precaria opinión de un simple estudiante
ResponderEliminarEn la actualidad vivimos en un mar de obras preconcebidas donde la monotonía es una tormenta de nunca acabar, donde la originalidad escasea al igual que la creatividad, donde lo hermoso es aborrecido y lo común es codiciado, pero como diferenciar entre lo sublime y lo común, si no nos permiten escoger, nos encontramos en una sociedad cuadriculada donde los círculos no están cordialmente invitados pero van a pesar de ser despreciados, perdimos las capacidad de distinguir lo hermoso de lo común, perdimos la capacidad de reconocer la belleza sin antes mirar si tiene Rolex o no, si tiene lujos o no, mientras lo común se encierra en una jaula de oro, la belleza sale a las calles, a beber, provocar peleas sin ser percatada por la sociedad.
E.M