Antonio Saura, Grito Nº 7
Ese muchacho con pintita de
gitano llegó al borde del abismo y llegó…
Desde cualquier otra perspectiva
hubiera parecido un muchacho que llega y llega a una colina con el propósito,
aparentemente espontáneo, de madurar, o de hacer cualquiera de esas cosas
absurdas que hacen esas gentes, solitarias y rotas del espíritu de vagar en la
soledad misma del vagar, cuando deciden, de modo aparentemente espontáneo,
ingresar a las distinguidísimas academias de yoga.
Cualquiera, desprevenido y
juzgador de las imágenes rápidas que aparecen, de repente, en la vida, hubiera
creído que era un muchacho, hermoso (sí), a punto de hacer alguna posición o
peripecia yoguística en el borde de un abismo mágico. Magiquísimo. Imagen (eso
sí) bien interesante para aquellos (practicantes del yoga) que les gusta
tomarse fotografías imposibles para luego retocarlas al blanco y negro y
remontarlas en sus distinguidísimos medios masivos de comunicación masiva e,
insólitamente, social. Social, social, social.
Nuestro muchacho, desinteresado
de esas adaptaciones desatinadas de un mundo tan innombrable y tan inconcebible
como lo es el universo de la palabra secreta del Bhagavad Gita…Nuestro
muchacho, desinteresado de todo esa drama, parado ahí, se disponía a recitarle
un poema a su perro que había muerto esa misma mañana. Un espléndido Bullmastiff
que sólo sabía de dos cosas en esta vida: aullar como un lobo enloquecido
cuando salía el sol y llenar las paredes de óleo cuando había óleo. Óleo, óleo,
óleo.
Y en el abismo ese, al poema, al
poema ese, que nunca estuvo en la punta de la lengua, le era imposible salir.
Entre el dedo de pie partido de un horizonte que flotaba, el poema; el poema
ese sobre un perro que había conocido las cosas silenciosas que le regala el
arte a la gente; a la gente esa que anda en una vida flotante de los
flotamientos absurdos de no concebir las cosas en su estado sólido, el poema
ese no salía. No quería arrojarse. Ya la vida ( ya las cosas) eran demasiado
poéticas; demasiado en el abismo para que se forjase un poema que tenga algo
que ver con el abismo; que tenga algo que ver con el poema… Cuando hay poesía,
diría mi cerebro alarmado, es
imposible que haya poema.
Y sí. No era yoga lo que había
ahí (ni mucho menos, hombre), era poesía. Simple y llana poesía.
Poesía
poesía
poesía.
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