domingo, 23 de febrero de 2014

YOGA

Antonio Saura, Grito Nº 7

Ese muchacho con pintita de gitano llegó al borde del abismo y llegó…

Desde cualquier otra perspectiva hubiera parecido un muchacho que llega y llega a una colina con el propósito, aparentemente espontáneo, de madurar, o de hacer cualquiera de esas cosas absurdas que hacen esas gentes, solitarias y rotas del espíritu de vagar en la soledad misma del vagar, cuando deciden, de modo aparentemente espontáneo, ingresar a las distinguidísimas academias de yoga.

Cualquiera, desprevenido y juzgador de las imágenes rápidas que aparecen, de repente, en la vida, hubiera creído que era un muchacho, hermoso (sí), a punto de hacer alguna posición o peripecia yoguística en el borde de un abismo mágico. Magiquísimo. Imagen (eso sí) bien interesante para aquellos (practicantes del yoga) que les gusta tomarse fotografías imposibles para luego retocarlas al blanco y negro y remontarlas en sus distinguidísimos medios masivos de comunicación masiva e, insólitamente, social. Social, social, social.

Nuestro muchacho, desinteresado de esas adaptaciones desatinadas de un mundo tan innombrable y tan inconcebible como lo es el universo de la palabra secreta del Bhagavad Gita…Nuestro muchacho, desinteresado de todo esa drama, parado ahí, se disponía a recitarle un poema a su perro que había muerto esa misma mañana. Un espléndido Bullmastiff que sólo sabía de dos cosas en esta vida: aullar como un lobo enloquecido cuando salía el sol y llenar las paredes de óleo cuando había óleo. Óleo, óleo, óleo.

Y en el abismo ese, al poema, al poema ese, que nunca estuvo en la punta de la lengua, le era imposible salir. Entre el dedo de pie partido de un horizonte que flotaba, el poema; el poema ese sobre un perro que había conocido las cosas silenciosas que le regala el arte a la gente; a la gente esa que anda en una vida flotante de los flotamientos absurdos de no concebir las cosas en su estado sólido, el poema ese no salía. No quería arrojarse. Ya la vida ( ya las cosas) eran demasiado poéticas; demasiado en el abismo para que se forjase un poema que tenga algo que ver con el abismo; que tenga algo que ver con el poema… Cuando hay poesía, diría mi cerebro alarmado,  es imposible que haya poema.

Y sí. No era yoga lo que había ahí (ni mucho menos, hombre), era poesía. Simple y llana poesía.
Poesía
         poesía
                  poesía.   

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