Árbol de la vida, Gustav Klimt |
"Hay tantos y hay tantos tantos y tan verdes grises y tan grandes y tantos y tan tan juntos y tan quietos parecen estatuas piedras y tan grandes y con esos dientes colmillos tan enormes, tan gigantes, que si diera yo ahora mismo un saltico hacia adelante, un salto pequeñito, me caería al río y se vendrían todos esos monstruos al mismo tiempo y de tanta tanta hambre que tienen se tragarían todo mi cuerpito en uno dos cuatro segundos. Empezarían tragándose mi barriga de niña con todo el desayuno que desayuné hoy y después mis manitos y mi pelo de niña y después se chuparían toda mi sangre y mi corazón...", pensaba Juana, Juana la linda, mientras miraba a un montón enorme de cocodrilos enormes que tomaban el sol al borde del río.
Es que Juana, Juana la linda, antes de estar tan concentrada y tan pensativa viendo esa imagen tan potente que ahora la tenía toda loquita (toda aterradita), se había encaramado en un árbol altísimo para comprobar, con sus propios ojos del color de la miel, si era cierto todo eso que andaba diciendo la gente del barrio. "¡Hay como 15.000 cocodrilos en la orilla del río!", gritaban las gentes. Y Juana quería verlos con sus propios ojos del color de la miel.
Quería (Juana) enfrentar de frente ese miedo tan tremendo que le había tenido toda la vida (todos sus 22 años de vida) a esos lagartos gigantes y verdes y grises y esos dientes tan miedosos que daban ganas de salir corriendo por las calles arenosas y llegar corriendo a la tienda de Doña Ceci y pedir un aguardiente frío y nunca más pensar en esa idea gaseosa de que algún día los cocodrilos podrían conquistar todo el barrio y subirse hasta las camas de toda la gente.
"...y si se me comen el corazón —seguía pensando Juana con su pelito casi dorado de habérsela pasado toda la vida al lado del sol y del río y de los pescadores—, si me comen el corazón se me van a comer también las cosas lindas que están guardadas ahí, tan secreto y tan mío todo lo que llevo ahí guardado en esa cajita de sangre y cables, en ese músculo del tamaño de un mango biche. Y los cocodrilos, cuando se traguen mi corazón, van a poder ver y oler y sentir y tocar y respirar ese día que habíamos salido temprano de casa y él me estaba esperando con su bicicleta y su caja de chicles y una botella de tequila caliente y llena, la botella, del viento que tanto le iba pegando cuando la bicicleta salía disparada por las calles del barrio y la arena y el río allá a lo lejos... Y los cocodrilos van a poder ver lo que es ser yo con el pelo suelto, tan suelto, agarrándome de la espalda de Felipe y bajando en bicicleta hasta la orilla del río y sacar la botella llena de viento y tomar y el pelo suelto, sueltísimo, y seguir bajando a toda velocidad y llegar a esta misma orilla donde todavía no estaban los 15.000 cocodrilos estos. Y decirle ya tirados en la arena: Felipe, si usted me va a besar, espérese a que nos terminemos el tequila porque yo soy una muchacha muy nerviosa... Y Felipe ahí, esperando tranquilamente, mirando el sol y mis pies, tomando sorbitos pequeños y mirándome mi miedo de que saliera algún cocodrilo de repente y la bicicleta ya tirada en esa arena mojada que tienen las arenas de las orillas de los ríos. Esperando, el lindo de Felipe, hasta que se acabara la tal botella para poderme besar..."
Y uno a uno se fueron yendo los cocodrilos hacia otros lados lejanos de otros ríos. Y Juana se quedó ahí, en el árbol, como esperando a que algo más pasara. Pero nada más pasó y Juana se bajó del árbol y se acercó lentamente a la orilla y tocó esa arena mojada que tienen las arenas de las orillas de los ríos y se tiró en la arena a esperar a que baje el sol para poder pedirle algún deseo a la primera estrella que se asomara por ahí.
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