La elección, Victor Brauner. |
Este cuentico va dedicado
al personaje
principal de El castillo de Kafka.
principal de El castillo de Kafka.
Ya con el corazón convertido en miles de
polvos de colores, parecido a una bolsa de ese polvito que comprábamos a
300pesos en la tienda de la esquina (¿Minisigüí, Minisikuí?), ya con el corazón
parecido a los huesos pulverizados que le quedaron a mi hermanito en su muñeca
después de haberse caído de un balcón, polvo, Pregúntenle al polvo, polvo
de colores pastel, color mariguana, color antología bilingüe de los poemas más
tranquilos de William Carlos Williams…ya con el corazón, el polvo de corazón,
en un plato de porcelana o en una olla plateada para hacer espagueti, decidí,
ya cansado, agotado, buscar algo de ayuda.
“No tengo más las fuerzas para cuidarme a mí
mismo, no tengo más las fuerzas para intentar pegar estos polvitos de colores y
ponerlos de nuevo sólidos, uno, para tratar de meterlo, uno, de nuevo en su
lugar. ¿Conoce usted a alguien que me pueda ayudar a no ahogarme por las noches
vomitando mi propio polvo de colores pastel? Es que me levanto un poco triste,
todo chorreado de mi propio músculo de los músculos, todo aguamarina,
anaranjado, verde mariguana, morado con cuerpo de hombre y cabeza de elefante,
olor a Menticol, a Icopor; sabor a pulpo, a patacón, a vino blanco, a jugo de
melón”, le dije al viejo Ramón en un café de la calle 84, mirándolo un poco a
él pero mirando, más bien, el humo de madera que le pasaba flotando por sus
ochenta y cinco ojos que todavía le quedan debajo de las gafas, que en español
se le dice anteojos y muchas cosas más. “Yo no sé nada del amor, mijo –me dijo
el viejo Ramón– , pero conozco a un poeta ruso, un gran maestro, que te puede
ayudar a sanar”. Y me escribió la dirección en un papelito. Quedaba ahí, en mi
mismo pueblo.
Salí en el bus amarillo y vi, allá, las
casitas detrás del mar, allá, el pueblo del poeta que era mi mismo pueblo, y la
música duro, y el aire en mis ojos duro, y los huecos de la carretera duros. En
el bolsillo del bluyín, los poemas de William Carlos Williams. En la mano
derecha, el plato repleto de polvitos de colores (mi músculo). En la mano
izquierda, unas flores para el poeta y el papelito que me había escrito el
viejo Ramón.
Bajarse del bus amarillo, y el sudor, y el
malecón ahí de frente y la camiseta mangasisa ya manchada de todos los poemas.
Parar cualquier moto, 1.000pesos, y salir derecho por el malecón destruido de
tanta sal y de tantos perros mojados, y sentir, con cada ola, con cada espuma (más
bien), el sabor a galleta de aguardiente que queda en la boca después de haber
vomitado tanto polvo, tanto hueso, tantas ganas de mirar juntos (el amor) la
pastilla azul que se le echa al inodoro para que quede todo azul, el agua azul,
la espuma azul, y el orín lo convierte todo en verde y bajamos juntos la cadena
y todo, ¡hermoso!, se llena de azul otra vez. Casi para siempre.
Bajarse de la moto, pagar los mil, y entrar
por el jardín de la casa del poeta ruso. Y él ahí, comiendo schi, con su cresta rusa untada de schi, sentado en la mecedora, con sus
aretes dorados y su uniforme militar. “Buenas tardes, maestro. Aquí le traje
estas flores, están lindas, huelen a pájaros. Maestro, el viejo Ramón me dio su
dirección, vengo a que me ayude a pegar este polvo de colores que traigo aquí
en este platico, quiero metérmelo de nuevo en mi cuerpo, vengo a que me ayude a
poder volver a dormir, tengo muchas ganas de comer bien y que las cosas me
sepan a comida, no al espíritu de un pulpo o de un vino blanco o de un patacón.
Necesito un poco de ayuda, maestro”.
– Hola, muchacho,
tienes cara de enfermo, ¿cuánto dinero tienes en este momento?, ¿cuántas ganas
tienes de formar una familia de bien?-, dijo el poeta ruso comiéndose una
cantidad enorme de schi con una
cuchara de palo.
– Pues, maestro, casi llegando a cero en cuanto
a lo del dinero. Y, pues, casi llegando a cero en cuanto a lo de la familia de
bien-, le dije con las pestañas perdidas en el infinito de su sopa.
– Entonces
olvídate de las mujeres, de todas, y empieza a trabajar en el gran arte de lo
masculino. Deja que te viole un negro y ámalo, entiéndelo, trata, poco a poco,
de entender el amor de los hombres. Conecta con los hombres, ama a los hombres,
besa a los hombres; deja que te toquen a ti, que te besen, que te abracen por
la espalda… Haz lo que te digo y, como magia, se va a ir pegando el polvo que
traes en el plato. Después, cuando esté sólido, ven aquí y yo te lo vuelvo a
meter en el pecho. Tráeme el polvo completamente compacto y yo con mucho gusto
te hago la operación.
…y salí de ahí en una balsa de guadua, y la
moto de nuevo, los mil, el sabor a galleta de aguardiente que trae la espuma,
el bus amarillo, la música, la camiseta mangasisa regada de poemas. Y llegar,
de nuevo, al café de la 84 donde me estaba esperando el viejo Ramón. Expresso
doble color café remolino, negro remolino, negrocafé remolino. Ir cerrando los
ojos, el mareo del sueño, y tumbar la cara en el platico lleno de polvos y
mancharse los cachetes y las pestañas de colores… por fin dormir. Ahí en la
mesa del café con la cara embutida en mi propio músculo, dormir, dormir,
dormir… “Mijo, mijo, soy yo el que me quedo dormido en estas reuniones, no tú.
Estás muy cansado, mijo, ¿qué necesitas?, ¿para qué me citaste aquí? Me estabas
hablando de un polvo de no sé qué colores, ¿cómo que vomitar polvo?, ¿cómo que
chorreado de tu músculo?, ¿de qué me estabas hablando? Descansa, mijo, ve a un
doctor”.
“¿Qué
día es hoy, Ramón? Estoy un poco perdido. ¿Usted no tiene, por casualidad, el teléfono
de un buen psiquiatra?”.
“Descansa,
mijo, descansa, aprovecha estos diítas de enero que no hay trabajo. Está muy
lindo este regalo de los poemas de Williams, lo leeré con juicio y te cuento.
Vete para la casa, mijo, descansa, mañana te paso el teléfono de un buen
doctor. Tranquilo, descansa”.
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