martes, 30 de mayo de 2017

CÍRCULOS



Simultáneos, Joel Grossman.



Me dan ganas de pintar una libélula anaranjada en la pared de mi cuarto. Compro pintura anaranjada. Pinto la libélula. Me quedo dormido escuchando el viento del ventilador que le va pegando suavecito a una lata de cerveza. Pasa una pulga.

Me levanto. Tomo agua de la llave. Me como un pedazo de salchichón con Coca-Cola Light caliente. Veo la mitad de un documental sobre un transexual brasilero que dibuja historietas. Me aburro. La llamo.

Me dice que me lo jura que no se va a volver a enamorar de su exnovio. No le creo, pero me hago el que sí. Llego a su casa, nos tomamos una cerveza fría, calentamos un arroz con pollo y una arepa de maíz. “Vamos al cine, o a emborracharnos. Qué aburrimiento tan tremendo, qué calor tan tremendo”, le digo. “Hagamos los dos. Primero cine y después emborracharnos”, me dice. Hacemos los dos: pagamos 24.000 pesos por ver La bella y la bestia con la muchacha de Harry Potter, nos comemos una hamburguesa, leemos poemas en internet para pasar más tiempo en el aire acondicionado, compramos una botella de aguardiente, salimos del centro comercial.

Bailamos. Ella baila, yo me hago el que bailo pero en realidad la miro bailar. Suena una salsa de motel, nos reímos de la primera vez que fuimos al motel de la 75. Yo olía a tierra mojada y a botas de obrero, según ella. Ella olía a wisqui con aguacate, según yo. Todo, en la vida real, olía a látex y a sábanas rosadas, pero es más lindo pensar en wisqui, en tierra mojada, en botas de obrero, en aguacate.

Apagan la música. Nos terminamos el aguardiente en el andén. (Ella no dice “andén”, dice “bordillo”, o algo así). Me dice, ya borrachita, que vayamos a esa tienda lejos donde venden shots de tequila a 4.000. Vamos. Nos tomamos cinco tequilas de 4.000. Estamos bastante tomados, diría yo. Ella habla de que en el fútbol, por ejemplo, puede existir una mujer que juegue de líbera capaz de partirle los tobillos a un hombre que juegue de delantero. Yo le digo que eso es imposible, que una mujer no tiene la fuerza para romperle los tobillos a un hombre. Ella me dice que me va a partir las rodillas de un puño. Yo le digo que eso sería imposible, que ni siquiera un señor que haga CrossFit puede romperle las rodillas a alguien, que las rodillas ni siquiera son huesos como los tobillos o como la tibia y el peroné. Le hablo de la Velvet Underground, me invento algunas cosas sobre la vida de Stalin.

Hacemos una apuesta: “Te apuesto a que adivino qué libros están exhibidos en la librería de enfrente”. “Dale”. “El que adivine más libros le gasta al otro una comida con mariscos y vino blanco y todo eso”. “Dale”. Yo digo los primeros libros malos que se me vienen a la cabeza. Ella piensa mejor: dice los libros malos que se han publicado últimamente: #HolaSoyDanny, de Daniel Samper; En honor a la verdad, de Vicky Dávila; Silabario del camino, de Juan Manuel Roca; etc. Cruzamos la calle y miramos la vitrina de la librería. Me gana la apuesta (adivina dos. Yo no adivino ninguno). Le debo una comida con mariscos y vino blanco y todo eso.

Nos sentamos otra vez en la tienda. Pedimos otro tequila. Le recuerdo que yo estaba en esa mesa de al lado cuando la vi cogida de la mano de su exnovio. Le recuerdo lo triste que me había puesto cuando la vi. Le digo que hasta me tocó ir al baño a echarme agua en la cara. Le digo que ese día se veía feliz, mucho menos aburrida que ahora. Le digo que con su exnovio no se le veían los ojos cansados de tanto leer poemas en internet. “¿Confías en mí, me crees que estoy más enamorada de ti que de él?, me pregunta. “No, no confío en ti, la verdad. Pero igual quiero estar contigo y chuparte los pies por las mañanas”. (Todo este diálogo suena a una telenovela, pero así pasó de verdad. Supongo que no todos los diálogos del mundo tienen que ser obras maestras).

Se pone brava conmigo. Deja 20.000 pesos en la mesa, sale de la tienda y para un taxi. Me dice que no quiere estar conmigo si sigo creyendo que está enamorada de su ex. Le digo que es imposible, que puedo disimularlo (si quiere), pero que no puedo dejar de pensar en que está enamorada de su ex. Se va. Yo pido otro tequila. Me fumo un Lucky Strike y trato de acordarme de la clase de geometría mirando las formas de las nubes. Pido otro tequila. Me aburro. Me fumo otro Lucky Strike. Voy al baño. Me veo gordo. Vomito. Pido un taxi. Me dan agua de la llave.

Me tiro en el colchón a terminar el documental sobre el transexual brasilero que dibuja historietas. Me aburro. Me quedo dormido escuchando el viento del ventilador que le va pegando suavecito a una lata de cerveza. Me levanto a las 6:00 am. Tomo agua de la llave. Me dan ganas de pintar la cara morada de René Descartes en la pared de mi cuarto. Compro pintura morada. Pinto a René Descartes. Me quedo dormido escuchando el viento del ventilador que le va pegando suavecito a una lata de cerveza. Pasa una pulga.

Me levanto. Tomo agua de la llave. Me como un pedazo de salchichón con Coca-Cola Light caliente. Veo la mitad de un documental sobre un señor que tiene una granja y mata su propia comida. Me aburro. La llamo.


Me dice que me lo jura que no se va a volver a enamorar de su exnovio. No le creo, pero me hago el que sí. Llego a su casa, nos tomamos una cerveza fría, calentamos unas lentejas y picamos un tomate casi podrido. “Vamos al cine, o a emborracharnos. Qué aburrimiento tan tremendo, qué calor tan tremendo”, le digo. “Hagamos los dos. Primero cine y después emborracharnos”… 

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