Sin título. Rothko. |
Yo sé que en literatura,
según dicen los que saben del tema, no es muy bueno lloriquear.
Los expertos dicen que un
escritor llorón, quejumbroso, carece de elegancia, de sofisticación estética. Dicen los expertos que un buen texto no debe ser literal con las lágrimas del yo.
Y sí, es un poco cierto todo
eso. A quién le va importar saber que el otro anda triste. Todos andamos
tristes. Cuénteme algo nuevo, señor escritor.
Pero bueno. Como este es mi
mundo, y yo hago lo que quiera con mi cuaderno y mi lapicero, y como ningún
experto en literatura lee mis cuentos, y como yo escribo para desbloquear un poco tanta energía
psíquica oscura que se me va acumulando en las honduras de mis órganos, voy a contar este cuento para llorar. Para intentar curarme de la tristeza.
Si usted es un experto en
literatura, sería mejor que no leyera este cuento. Me parecería menos doloroso
que no lo leyera a que lo leyera y que después se pusiera a decir que los
muchachos que andamos escribiendo hoy en día somos tan narcisistas que creernos
que a la gente le importa saber si estamos tristes o si tenemos ganas de salir a bailar. Si usted lee este cuento y se pone a comentarlo con sus amigos intelectuales, yo me pondría más triste de lo que estoy y, la verdad, no tengo la fuerza para ponerme más triste de lo que estoy. No lo lea y punto, amigo experto en
literatura.
Aquí va, entonces:
Me siento muy muy muy
triste. Y por eso escribo un cuento triste y corto. Escribo un cuento triste y corto para
desbloquear un poco tanta energía oscura acumulada. También escribo un cuento
triste y corto por puras ganas de decirle a todo el mundo que me siento triste y corto y solo y
que no me gusta estar ni triste ni solo ni corto. Me gustaría mucho más estar feliz y largo porque es más divertido estar feliz y largo. Me gustaría más estar acompañado porque es
más divertido estar acompañado.
Siento que no me quieren y
que estoy muy triste y muy solo y escribo este cuento para que la gente que lo
lea me acompañe y le dé un beso con lengua a mis costillas tristes y solas.
Hace un mes dejé de tomarme las pastillas antidepresivas y hace dos meses me
abrieron la piel y me sacaron mi corazón morado y lo pusieron en un plato
blanco y lo cortaron en dieciséis pedazos y me dijeron que sólo me podía quedar
con la parte más chiquita que había quedado de mi corazón morado.
Como estoy muy triste y muy
solo y sólo tengo la parte más chiquita de mi corazón morado adentro de mi
cuerpo, y como estoy sin pastillas antidepresivas, entonces estoy intentando un
método para curarme. Estoy usando esta enfermedad mental llamada literatura.
“La enfermedad mental de la literatura tranquila y corta”, le digo yo.
El método es corto y sencillo y tranquilo. Es así: usted lee este cuento. De tanto que el cuento dice que yo estoy triste y solo, usted se da cuenta de que yo estoy triste y solo. Usted cierra los ojos y dice en su cabeza: “Pobrecito este muchacho, está muy triste y muy solo. Voy a volver a leer el cuento para acompañarlo. Voy a volver a leer el cuento para que sienta mi energía feliz. Voy a volver a leer el cuento para que el pedazo más chiquito de su corazón morado vaya creciendo con lentitud y tranquilidad”. Y usted vuelve a leer el cuento y yo lo voy sintiendo a usted de una manera lenta y tranquila. Voy sintiendo, mientras usted lee el cuento por segunda vez, que mi pedazo pequeño de corazón morado se va llenando del vapor de su energía feliz. Y poco a poco me voy quedando dormido, leyendo los secretos del techo. Voy, poco a poco, pensando en una canción de Robi Draco Rosa y en las partes menos tristes de las cartas de Van Gogh.
Es un buen método, creo yo.
Pero bueno, estoy ya muy cansado de escribir este cuento. A ustedes les puede parecer muy corto, pero a mí ya me parece que está más largo de lo que debería estar. Algunos expertos en psicología
y en estética dicen que la tristeza es un buen motor para la
escritura, yo digo que los que dicen eso no saben lo que es la tristeza. O,
mejor dicho, no saben lo que es la escritura.
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